MOCOS Y PAN

MOCOS Y PAN

Me acostumbré

a recibir abrazos

a aceptar

que unos besos llenos de mocos

me estamparan las mejillas

cada mañana de aquel invierno

cuando la helada

blanqueaba

con sus cristales de frío

el patio con tierra y pasto

en la escuelita de campo.

 

Techo de paja

un solo salón

bancos 

de tiempo ajeno

y una pizarra escarchada

por la esperanza y la tiza.

En la cocina precaria

una olla

con el agua hervida

para el mate cocido dulce

tibiecito

disfrazado de desayuno

con el que una veintena

de niños

se calentaban la panza vacía

antes de entrar al aula.

 

Llegó la seño

gritaba el primero en verme

y todos corrían a mi encuentro

los brazos abiertos

los cachetes enrojecidos de frío

los mocos desfilando

por sus narices 

hasta que

el dorso de la mano los paraba

justito antes de llegar a la boca

insinuando una huella brillosa

en los pómulos ásperos.

 

Dejaba la bicicleta

me sacaba los guantes bordados

de escarcha

y abría los brazos hasta el infinito

inventando un mediomundo 

para pescar

ese cariño sin precio

que se abalanzaba sobre mí

en los besos

las risas

las nubecitas de aliento cálido

chocando contra el frío

las manos callosas de intemperie.

 

Y entonces María

la más chiquita

la curiosa

la inquieta

la aguerrida

gritaba

¡la seño trajo el pan!

y tironeaba del canasto la bolsa

calentita

fragante

nutritiva.

 

La bolsa del pan.



María Laura Ruggia

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