MORITA Y EL DIABLO
Una noche de verano mis primos y yo jugábamos en la esquina. Era bastante tarde para estar afuera, pero tan entretenidos estábamos que no les hicimos caso a nuestros padres para entrar. De pronto, Anita señaló la ventana enrejada del galpón de mi casa. –¡El diablo! –gritó y se puso más pálida que la luna, que estaba escondida entre las nubes. ¡Todos lo vimos! Entre las rejas asomaba una cabeza con un sombrero negro y un cuerpo tapado con una capa roja . Un aullido se escuchaba por todos lados y nos erizaba los pelitos de la piel. Corrimos hacia nuestras casas. Yo me tiré al regazo de la nona María y la abracé tan fuerte que la dejé temblando. Al otro día fuimos al baldío, aunque nos duraba el miedo. Mi madre y mi padre me contaron historias sobre lo que podía hacernos el diablo, si nos quedábamos jugando afuera hasta tan tarde o si no obedecíamos. Anita dijo que las monjitas del colegio le hablaban del demonio, el jefe del infierno. Patricia estaba segura de haberlo visto en una r