Ella caminaba por la ciudad un día aburrido de verano. El sol, que parecía quemar todo en un instante, se reflejó en algo y produjo un haz de luz que dio directo en sus ojos. Un objeto muy pequeño sobresalía apenas entre los ladrillos de la vereda. Lo recogió. Era un anillo dorado con una piedra color rubí y varias más. Pensó que llevaba mucho tiempo allí, semienterrado entre las hendijas de la vereda. Le quitó el polvillo y recuperó todo su esplendor. Lo metió en su bolso y continuó su camino. Quizás lo hiciera tasar para averiguar si tenía algún valor, pues parecía ser una joya cara. Esa noche tuvo una idea mejor. Le diría a Amalia que la amaba –lo que ella ya sabía muy bien- y que ya era hora de que se fueran a vivir juntas, enfrentado todo lo que pudiera venir. El anillo sería el mejor regalo para sellar ese pacto de amor que hacía años mantenían en silencio porque la cobardía las paralizaba ante la idea de enfrentarse a sus familias. Se lo propuso mientras caminaban por