UN SAPO EN LA PANZA
-¡Mamá! ¡Mamá! ¡Tengo un sapo en la panza! ¡Sacámelo! La panza de la chica se movía hasta quedar totalmente deformada para luego volver a la normalidad. Ya tenía casi cuarenta semanas de embarazo y las pataditas del bebé eran cada vez más intensas. La hora ya estaba cerca. -¡Pero si serás…! ¡Cuántas veces te lo dije ya, cabeza hueca! ¡Estás preñada! ¡Preñada! ¡Preñada! -¡Tengo un sapo en la panza ma! ¡Tengo un sapo y se mueve! Si vos me dijiste que el que come y no convida tiene un sapo en la barriga… ¡Mirá como se mueve! ¡Sacámelo! -¡Estás preñada! ¡Y por estúpida! Cuántas veces te dije que no te dejés agarrar. ¿Quién habrá sido el hijo de perra que te llenó la panza… y para colmo por algún caramelo te habrá tumbado el degenerado, porque acá nunca trajiste un peso vos, pura ropa vieja y golosinas no más. Sonia era robusta, muy corpachona para su edad. Y se había desarrollado tempranamente, como todas las mujeres de la familia. Era inquieta, alegre. Un cascabelito dicharacher