GRETA
Vi a Marcos corriendo por el cantero central de la avenida. Su remera roja y su gorra estaban empapadas, el agua se escurría por ellas. La lluvia caía intensamente. Le toqué unos bocinazos y me tiré para estacionar. Le mandé un mensajito: “¡Te llevo!”. Me hizo un gesto para que siguiera. Lo sabía, no iba a aceptar que lo llevara. Él cuida más mi auto que yo y ni loco se hubiese subido en ese estado. Paró un momento y me contestó: “¡Te espero esta noche! Acordate que va Sofi a cenar”. Y siguió su trote chapaleando entre los charcos que se formaban en los desniveles de la vereda de cemento. Al llegar a casa la lluvia había calmado un poco, pero igual me mojé al bajar. Las ranas que se juntaban en los zanjones del Parque del Sur ya habían comenzado su concierto, felices con tanta abundancia de agua. Algunas saltaban de un charco a otro, creo que poco a poco les voy tomando cariño y hasta podría llegar a decir que reconozco a alguna que otra. Recordé la cena de esta noche. No podía fall