LA OLVIDADA
Por María Laura Ruggia Hoy, que cumplo veinticinco años, un dolor profundo me la recuerda. Cuánto siento no haber escuchado todo lo que me decía cuando no hablaba, cuando sus silencios pesaban en la casa aprisionando su alma sin que la notara triste, ensimisma, ausente. Ahora me duele no haber reparado en sus ojos cuando se ensombrecían surcando esos mares oscuros llenos de extraños presagios. Sí recuerdo con alegría y a cada momento esa risa suya tan pero tan loca que pronto explotaba en una carcajada interminable que la dejaba sin aliento. “Mami, mami, no te rías más que te vas a morir sin respirar”, le decía yo preocupada, aunque divertida. “Nadie se muere de reírse tanto” –me decía- “La gente se muere de tristeza o de lo que le queda atragantado en el alma cuando no puede contar lo que le duele, pero nadie se muere de tanto reír”. Y yo seguía con mis monerías que la divertían y la hacían feliz. Ella era una mujer tranquila, atada a su hacer cotidiano, simple, natural. Al me