LA TORRE
Supe que algo pasaría el día que mi padre recibió al novio de Gloria. La cara de mi madre cambió desde que ellos empezaron a hablar de casamiento. Gloria apenas si llegaba a los 16 y su amado era bastante mayor. Día tras día sus nervios descontrolados la pusieron histérica. Ella, tan serena para todo, en poco tiempo no soportaba una risa, lloraba de la nada y hasta un día, en uno de sus momentos de rabia, le arrojó a mi padre la tabla de picar que tenía en las manos. El pesado trozo de madera de algarrobo pegó en el marco de la puerta y se partió al medio. Papá quedó pálido. Recogió los pedazos, con la boca abierta, desconcertado. –Qué te pasa loca, –le gritó–. Me querés matar o qué. –Ella sin retroceder en su delirio, lo miró, así como seguramente miran los asesinos a sus víctimas y le dijo, “te lo merecerías hijo de puta”. Gloria y yo parecíamos las estatuas que había en la plaza. Inmóviles del susto nos arrinconamos detrás del aparador grande, esperando la violenta reacción