MONOTONÍA
Hoy te vi salir temprano para tu trabajo. Bah, hoy es un decir. Todos los días te veo. Te miro por la ventana de mi dormitorio, justo a las seis, porque sé que a esa hora te vas. Veinte años hace que repetís la misma rutina. Me levanto media hora antes. Preparo un café bien concentrado, con dos tostadas con manteca y dulce de leche, como te gustaba. Es lo que desayunabas y sé que lo seguís haciendo. Ni té, ni mate. Café. Ni mermelada, ni medialunas, ni masitas. Tostadas con manteca y dulce de leche. Después vuelvo a mi cuarto y te miro por la ventana. Sé que caminás por la vereda hasta la esquina y desde allí seguís por el borde del cantero central, hasta salir del barrio. Esperás el colectivo. Pasa justo dos o tres minutos después de que llegás a la parada. Y así todos los días. Volvés pasado el mediodía. Pero yo no te veo porque a esa hora estoy trabajando. No tuvimos hijos. Era una responsabilidad que no quisiste asumir. Los hijos te cambian la vida, decías. Los hijos te atan, perdé