RECUERDO
Cuántos sueños se enmarañaban por las ramas del árbol entretejidos con el aroma de sus azahares, que buscaban para adorno de sus cabellos y perfume de sus velos, las novias ingenuas. Las verdes frutas crecían día a día escondidas entre las hojas. Las tardes se mecían bajo la sombra del naranjo con el mate que pasaba susurrando entre los labios algún secreto amor, dolores, tristezas, pasiones. Hasta que un día, un fuego dorado pintaba sus cáscaras. El ritual de la siesta empezaba a oler a naranjas. El alma se impregnaba de sol y el jugo azucarado chorreaba por los dedos, escapaba de los labios, se disolvía en nuestras bocas desatando remolinos de placer. Naranjas que giran por mi mente. Ásperas y porosas, siguen obstinadas alimentando mi deseo más erótico con ese aroma audaz. El ácido de sus cáscaras penetra por mi olfato y el jugo de sus gajos sabrosos, dueño de mis sentidos, invade poco a poco mi ser. María Laura Ruggia