EL PAVO DE DON SALUSTIO
Juana lo miró y el tipo se incomodó. La osadía de la muchacha lo desconcertó y largó una carcajada nerviosa, para disimular. En la bolsa de arpillera, el animal se movía y glugluteaba bajo la presión de la bota del hombre, que lo mantenía en el lugar. –¿Qué tiene ahí? –preguntó. Ya sabía la respuesta. Todos en la colonia conocían las prácticas persuasivas del maldito viejo y ahora le había tocado el turno a ella. –Un pavo gordo, especialmente elegido para vos. Si lo querés ya sabés lo que tenés que hacer –dijo el tipo y se rió. Ella se agachó, corrió de un manotazo la pierna del viejo y tomó la bolsa. Desató el lazo que la sujetaba y sacó el animal que tenía las patas atadas con una tira de algodón. Don Salustio se regodeó. Le tocó el brazo acariciándola. Ella sintió que por sus venas corría una rabia que le quemaba el cuerpo y trató de contenerse. Estaba sola y tenía miedo. Un miedo que le aceleraba el corazón. Estaba acorralada y no sabía cómo salir de esa situación.