MOCOS Y PAN
MOCOS Y PAN Me acostumbré a recibir abrazos a aceptar que unos besos llenos de mocos me estamparan las mejillas cada mañana de aquel invierno cuando la helada blanqueaba con sus cristales de frío el patio con tierra y pasto en la escuelita de campo. Techo de paja un solo salón bancos de tiempo ajeno y una pizarra escarchada por la esperanza y la tiza. En la cocina precaria una olla con el agua hervida para el mate cocido dulce tibiecito disfrazado de desayuno con el que una veintena de niños se calentaban la panza vacía antes de entrar al aula. Llegó la seño gritaba el primero en verme y todos corrían a mi encuentro los brazos abiertos los cachetes enrojecidos de frío los mocos desfilando por sus narices hasta que el dorso de la mano los paraba justito antes de llegar a la boca insinuando una huella brillosa en los pómulos ásperos. Dejaba la bicicleta me sacaba los guantes bordados de escarcha y abría los brazos hasta el infinito inventando un mediomundo para pescar ese cariño