EL CORSO
El ritmo de la batucada resonaba en la avenida y se extendía ensordecedor por todo el lugar. Los integrantes de la comparsa se contorsionaban con destreza haciendo relucir sus diminutos atuendos recargados de lentejuelas, piedras y perlas de colores. Las jóvenes bailarinas, cuyos cuerpos eran una prueba indiscutible de su escasa edad, avanzaban y giraban siguiendo sus coreografías. Entonces, algunos espectadores formaron un círculo alrededor de ella, de la bastonera de la comparsa Alma Noble. Todos en el pueblo creían que era una verdadera diosa, la diosa del corso. Alta, atlética, con una elegancia poco convencional y un cuerpo exuberante que ella sabía utilizar para crear fantasías en las mentes de sus seguidores, la bastonera era el alma de la comparsa, la que jugaba con la alegría de todos, la única, la mejor. Las palmas y vítores se confundían con la música de fondo y la admiración que todos sentían por ella hacía que se movieran sus pies, sus caderas, sus pechos, co