LA OLVIDADA
Por María Laura Ruggia
Hoy, que cumplo veinticinco años, un dolor profundo me la recuerda. Cuánto siento no haber escuchado todo lo que me decía cuando no hablaba, cuando sus silencios pesaban en la casa aprisionando su alma sin que la notara triste, ensimisma, ausente.
Ahora me duele no haber reparado
en sus ojos cuando se ensombrecían surcando
esos mares oscuros llenos de extraños presagios.
Sí recuerdo con alegría y a cada momento esa
risa suya tan pero tan loca que pronto explotaba en una carcajada interminable
que la dejaba sin aliento. “Mami, mami, no te rías más que te vas a morir sin
respirar”, le decía yo preocupada, aunque divertida. “Nadie se muere de reírse tanto”
–me decía- “La gente se muere de tristeza o de lo que le queda atragantado en
el alma cuando no puede contar lo que le duele, pero nadie se muere de tanto reír”. Y yo seguía con mis monerías que la divertían y la hacían feliz.
Ella era una mujer tranquila,
atada a su hacer cotidiano, simple, natural. Al menos así la veía yo desde mi
mundo feliz. Desde ese mundo apacible que ella había construido para mí. Desde
sus besos y abrazos que me consolaban en las madrugadas en las que me
despertaba sobresaltada por un mal sueño. Desde la comida que más me gustaba y
que tenía cada día en la mesa. Desde mi ropa elegida según mis caprichos de
adolescente. Desde todo lo que hizo por mí cuando decidí irme a
estudiar a otra ciudad, aunque mi ausencia durante tantos días le causara un
vacío del que nunca me habló, pero que sus ojos gritaban sin que yo lo viera.
Estaba ahí, siempre estaba ahí
para mí, aunque yo no me percatara de lo que había detrás del ímpetu que ponía cada
día en todo lo que hacía. Las tareas de la casa, los encuentros con sus amigas;
los viajes que tanto disfrutaba; el hospital donde trabajaba como enfermera; la
abuela y el abuelo de quienes siempre estaba pendiente con tanto apego. Esa era
ella para mí.
La otra, la que nunca conocí, era
oscura y triste. La que nunca aprendí ver pero que estaba ahí.
¿Qué había detrás de sus noches
de insomnio trasnochado cuando sentada en el medio del patio se pasaba horas
mirando las estrellas, la luna o la nada sin razón?
¿Qué demonios la perseguían en sus
pensamientos cuando se quedaba absorta y se desconectaba de la realidad ignorando
mis palabras hasta que se sobresaltaba después de mis gritos llamándola?
¿Por qué, cuando visitaba la casa
de los abuelos, a veces la encontraba llorando en la piecita que había sido suya antes de casarse con mi padre, mirando las fotos de un barco en el mar, de un grupo de mujeres con
ropa de fajina?
Nada de eso fue un desvelo para
mí. Nada de eso formaba parte de mi realidad. Solo eran cosas de ella, cosas de mi
madre.
Recién cuando aquel invierno
enfermó, pude ver los demonios contra los que había luchado consumiendo
lentamente su ser, envolviéndola, debilitándola, absorbiendo su energía vital.
Poco a poco se fue apagando la
chispa de sus ojos, la algarabía de sus carcajadas felices.
Hasta la noche que me dejó.
La noche que murió mi madre
recién supe de aquella mujer valiente que alguna vez había arriesgado su vida
por un ideal. Aquella mujer, como tantas otras, ignorada por la patria, olvidada
por la sociedad. Tanto, tanto fue ignorada que ni yo misma había sido capaz de
darme cuenta, de escucharla, de conocerla.
Esa noche supe quién era esa mujer en las sombras, cuando un ex combatiente colocó sobre su cuerpo inerte una bandera argentina y conteniendo el llanto me dijo "Tu madre fue una heroína, una veterana como yo. Ella me ayudó" . Recién entonces lo entendí todo.
Mi madre. Una enfermera civil que
se había embarcado en un buque hospital; que, junto con sus compañeras, tuvo
que enfrentar el machismo de los jefes y marineros, que creían
que la presencia de mujeres a bordo era de mal agüero. Hasta que necesitaron de ella.
Mi madre. La que fue enfermera,
camillera, confidente, consuelo y fuerza de los soldados heridos en combate.
Mi madre. La que contribuyó a
salvar vidas, mientras tronaban las bombas y la artillería se desgranaba en escalofriante
sinfonía.
Mi madre. La que junto con toda
la tripulación, vio con el alma
estrujada, desde la cubierta del barco, cómo los ingleses arriaban la Bandera
Argentina para izar la británica.
Mi madre. Esa que yo nunca vi.
Fue una mujer de Malvinas.
Fue una de las olvidadas.
"La olvidada" está inspirada en hechos reales pero es un cuento. Por eso, todo lo que en él se expresa es ficcional, sus personajes son inventados.
Lo que escribí tiene la intención de homenajear a las MUJERES DE MALVINAS, que fueron olvidadas por la patria, por la sociedad.
Recién en los últimos años esas heroínas que también arriesgaron sus vidas en el sur, durante la Guerra de Malvinas, comenzaron a tener el reconocimiento que se merecen y el acceso a derechos por haber sido parte de esa gesta.
Contribuyamos a hacer conocidas sus vivencias, a honrarlas, a defenderlas, porque su aporte a la historia de nuestra nación ha sido tan importante como el de los hombres que también estuvieron allí.
Para saber más sobre ellas:
https://www.editorialsudestada.com.ar/mujeres-de-malvinas-las-veteranas-invisibilizadas/
https://www.clarin.com/sociedad/proponen-pension-vitalicia-mujeres-participaron-guerra-malvinas_0_wBJdNXR48R.html
https://elpais.com/internacional/2022-04-01/las-mujeres-de-malvinas-libran-su-propia-guerra-contra-el-olvido.html
https://www.telam.com.ar/notas/202203/587556-las-mujeres-de-malvinas.html
https://eleconomista.com.ar/actualidad/mujeres-malvinas-n51987
https://www.hcdn.gob.ar/export/hcdn/diplomacia_parlamentaria/malvinas/Romerox_Rolles_y_Valentinuzzi.pdf
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