UN SAPO EN LA PANZA

-¡Mamá! ¡Mamá! ¡Tengo un sapo en la panza! ¡Sacámelo!

La panza de la chica se movía hasta quedar totalmente deformada para luego volver a la normalidad. Ya tenía casi cuarenta semanas de embarazo y las pataditas del bebé eran cada vez más intensas. La hora ya estaba cerca.

-¡Pero si serás…! ¡Cuántas veces te lo dije ya, cabeza hueca! ¡Estás preñada! ¡Preñada! ¡Preñada!

-¡Tengo un sapo en la panza ma! ¡Tengo un sapo y se mueve! Si vos me dijiste que el que come y no convida tiene un sapo en la barriga… ¡Mirá como se mueve! ¡Sacámelo!

-¡Estás preñada! ¡Y por estúpida! Cuántas veces te dije que no te dejés agarrar. ¿Quién habrá sido el hijo de perra que te llenó la panza… y para colmo por algún caramelo te habrá tumbado el degenerado, porque acá nunca trajiste un peso vos, pura ropa vieja y golosinas no más.

Sonia era robusta, muy corpachona para su edad. Y se había desarrollado tempranamente, como todas las mujeres de la familia. Era inquieta, alegre. Un cascabelito dicharachero que siempre sonreía inocentemente para disimular que no entendía ni medio de lo que le decían. En el patio de su casa se divertía con sus primos pequeños y jugaba  con las otras niñas del barrio, acunando un viejo muñeco bebé que alguien le había regalado.

A Sonia le gustaba callejear, recorrer durante horas la zona del centro, yendo de casa en casa, para pedir. Cuando era más pequeña, lo hacía con su madre y sus hermanitos, pero ahora salía sola porque ya era grande.  En cada hogar que visitaba la esperaban con algo,  alguna sobra del día anterior, ropa, pan, o simplemente golosinas.

Cuando la tarde comenzaba a caer, ella volvía a la casa con lo poco o mucho que había conseguido por allí. Plata no, plata traían las otras mujeres, las más grandes. las que cobraban. Pero ella todavía no. Doña Ricarda, su abuela materna, no lo había permitido aún porque la chica  era de seso escaso y estaba lerda para aprender qué hacer.

-¡Ahí tenés lo que conseguiste con tanto protegerla vos! –le gritó  la hija a doña Ricarda- Ahora tiene la panza llena de huesos y para colmo ni un mango se ganó. ¡Quién va a mantener al guacho cuando nazca! Yo voy a tener que seguir poniendo la cacerola para darles de comer a todos. Y así estoy. ¡Hecha mierda a mi edad! ¡Mirame como estoy, nadie cree que no llego a los treinta! Para colmo, no la corta más con lo del sapo la abombada. ¡Estoy harta, harta!

-¡Callate la boca! ¡Vos tenés la culpa por no cuidarla! ¡La mandás sola a pedir! Si ya sabés cómo son los tipos… Pero no te preocupes. Doña Clara nos va a ayudar.

Angelito nació una siesta de verano. Los gritos de Sonia se perdieron por los pasillos y se mezclaron con el chillido de las chicharras que metían su bulla interminable en los recovecos del patio del viejo hospital. Lo parió  así, pujando a lo que el cuerpo pedía sin entender por qué el sapo no salía de una vez. Y después, exhausta, se durmió profundamente soñando con un muñeco que lloraba de verdad.

Angelito pesó cinco kilos, era del tamaño de un bebé de un mes. Cuando Sonia despertó, se le prendió a la teta tan enérgicamente que parecía que ya nunca más la iba a soltar… pero la soltó unas semanas después.

Sonia caminaba por la vereda con dificultad, con unos zapatos nuevos de plataforma exagerada.

-Mirá lo que me compré –le dijo a una vecina que le preguntó por su bebé.

-¿Pero y Angelito?

-El Angelito. El Angelito. -Dijo titubeando, mientras exhibía varias bolsas de ropa, un puñado de billetes arrugados y una  sonrisa sin luz- ¡Doña Clara me dio cincuenta mil!...


María Laura Ruggia









Comentarios

Entradas populares de este blog

SIGNOS ORTOGRÁFICOS: LA RAYA

ETERNIDAD

AMANTE