MIRA EL RÍO
Ella mira el río.
El agua está calma
pero
se desliza sin parar
arrastrando
con su ritmo
el
limo y los sedimentos.
Todo
lo lleva la corriente incansable
por
los recovecos de las barrancas
y
la sutil indolencia de las playas.
Allá
lejos, el misterio.
La
verde soledad enmarañada de las islas.
La
naturaleza se despereza eterna
cada
mañana
en
la plateada exuberancia de las olas
que
brillan con el sol
y
suspenden la quietud
aleteando
manantiales.
Se arrodilla en el borde de su mundo
y
el mío.
Los
tiempos remotos se reflejan
en
el mágico espejo.
¿Fue
ayer quizás cuando esas aguas
la
llevaron hasta lo profundo de la historia?
¿Fue
ayer cuando su sangre
corrió
por este río enrojeciendo las escamas
de
los peces que acompañaron su cuerpo herido?
¿Fue
ayer cuando su fiel sabiduría
su
propia identidad, su nativo legado
se
diluyeron en el agua de la indiferencia
y
la condenaron al olvido?
La
vida pasa
pasan
los tiempos sin detener su ritmo.
¿Y
ella?
Ella
sigue aquí, apegada a su mundo
su
único y verdadero mundo.
Su
espacio propio
su
universo.
Es
Rosa
Rosa
Paiquí, la Potrilla.
Aquí
estará reposando tranquila
en
las orillas de su río
escoltada
por la mirada altiva
de
un chajá centinela
y
arrullada a la hora de la siesta
con
el canto de palomas, tacuaras
calandrias
y jilgueros.
Los
dorados y las mojarras
adornarán
por siempre
con
sus brillos naturales
la
estampa de su cuerpo
la
progenie de su raza.
Aquí
las espera
mujeres
de esta tierra.
Vengan
a beber el agua sagrada
de
su río.
Ustedes,
mujeres luchadoras
de
estos lugares
o
del otro lado del mundo
beban
de su sangre
alimenten
a sus hijos con su carne.
Retomen
esa lucha que se llevó la corriente
cuando
su raza se desgranó en el olvido.
Ella sigue aquí.
Y
mira el río.
María Laura Ruggia
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