RUTA


Transito mi camino. 

Transito mi destino por la ruta luminosa, esta tarde de verano ardiente.

El sol de frente me encandila.

Se corre al costado y vuelve según los recodos del camino.

No sé si voy por la ruta o por un túnel interminable hacia quién sabe dónde.

Carteles a un lado y otro me dicen qué hacer.

Un camión con un mensaje: “Peligro de sobrepaso”.

La vida es así, no te sobrepases porque el peligro acecha.

El cielo azul, azul intenso sin nubes a la vista, es la mejor señal.    

Los campos verdes, amarronados por el trigo maduro

o pintados de amarillo por los girasoles

que tozudamente giran buscando el sol,

son mensajes de la naturaleza y su sabiduría ancestral.

Allá lejos, una escuelita busca visibilidad al borde de la ruta.

Los niños, como hormigas, van apareciendo

de la inmensidad de los campos y sus senderos sinuosos

que se recortan entre enredaderas de flores azules y pastizales desprolijos.

Llegan con sus ropas humildes, algunos descalzos,

cargando sus bolsas discretas.

En pueblos o ciudades, veo los niños bajar de colectivos y autos,

con sus uniformes y sus mochilas enormes, coloridas y cargadas de útiles.

Destinos que se cruzan o se alejan.

Tan cerca y tan distantes los deseos y anhelos.

Qué se puede esperar del futuro si ya tu ruta está marcada

y tus circunstancias te obligan a permanecer en ella.

¿Se puede cambiar? ¿Se puede elegir otro rumbo?

Aparece otra señal. 

Mi cabeza me advierte: detenerse y mirar.

Dirección obligatoria y una flecha que dice hacia dónde ir.

Imposible volver.

Suena en la radio el Mojado

y Ricardo Arjona me recuerda que la vida no es justa.

Tarareo con él:

“Si la luna suave se desliza por cualquier cornisa

sin permiso alguno, por qué…”

La ruta se vuelve una serpiente traicionera

y sigo por ella buscando indicios que proyecten mi destino.

 

María Laura Ruggia






 

 

 

 


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