DESTINO

Las puertas se abrieron.

Podríamos decirlo así si fuera que el destino tuviera puertas

que se abrieran y cerraran

según los deseos de cada uno.

Las puertas se abrieron aquella tarde de enero.

Te vi.

Caminabas con tus piernas largas a pasos gigantescos.

Ibas por la orilla del río de los muertos,

buscando la puerta del destino.

Me viste 

y cambiaste el rumbo de tus pasos,

dejando atrás el río, dejando atrás las oscuras sendas.

Caminaste hacia mí.

Caminé hacia vos.

Nuestros pasos en la arena dejaban huellas

que parecían eternas.

No miramos hacia atrás.

El agua de la lluvia de enero borraba las señales,

borraba los senderos.

¿Se puede elegir la puerta del destino que uno quiere cruzar?

Aquella tarde de enero se abrieron las puertas

de un destino para los dos.

Fueron días.

Fueron meses.

Fueron años.

Caminamos juntos, dejando una sola huella en la tierra suelta.

Nos distanciamos a veces. Y nuestros caminos se bifurcaron

con sones de monotonía, dibujando laberintos en la arena húmeda.

Nos alejamos buscando las puertas que nos condujeran a la felicidad.

Y las encontrábamos cuando nuestros pasos se volvían a juntar.

La vida y sus puertas de colores, divertidas, intrigantes, insinuantes, peligrosas.

La vida con sus puertas de amores y desamores.

Los caminos y senderos.

Las puertas que se abrían y cerraban.

Los cielos y los ríos.

El río de los muertos.

Te vi una tarde de enero como aquella vez.

Caminabas por la orilla del río de los muertos.

Tus piernas largas ya no tenían la fortaleza de antes.

Tus pasos apenas dejaban marcas en la arena.

A lo lejos la barca se dibujaba entre la línea que separaba las aguas, del cielo.

Surcaba serena hacia la puerta del destino.

No volviste la mirada.

Y no me viste.


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