ORILLAS



 


Las Orillas, noviembre de 1962.

Querido Francesco:

Sé que estamos juntos hace ya más de diez años y que somos felices con la familia que formamos, así que te preguntarás “¿Por qué hizo esto esta mujer?”, como decís cuando hago algo que vos no entendés, lo que ocurre con frecuencia.

Es que quiero decirte que te amo, que no puedo pensar mi vida sin vos y los niños, aunque muchas veces me saquen mi lado más oscuro con sus travesuras. Son tantos estos chiquillos… Siempre quise tener hijos, pero si me hubieran dado a elegir, no sé si hubiese tenido siete. ¡Y vos pensando en tener más!

¿Te acordás de la primera vez que nos vimos? Seguro que sí. Fue cuando yo tenía 16 y había ido a la estación, a esperar el tren en el que andaba Evita. Creo que todo el pueblo se juntó ese día para verla. Pensábamos que iba a decir algún discurso, pero no, no se bajó.

Fue todo el pueblo, sí: los que la amaban, como yo y los que la odiaban, como vos. ¡Qué locura! Al fin y al cabo, fue ella la que nos unió. Yo había ido para pedirle a Evita que me regalase un traje de novia. No estaba de novia, pero sabía que me iba a casar algún día y que no tendría con qué hacerme un vestido tan lindo como los que veía en los figurines cuando iba a limpiar la casa de la vieja pitucona de la esquina de la plaza.

Pensé que no podría hablarle así que le llevé una carta, en la que le hice el pedido y le puse mis medidas para que me lo mandara. ¡Evita, Evita, quiero un traje de novia! le grité. ¿Te acordás?  Ella sacó el brazo por la ventanilla y agarró mi sobre. ¡Casi me muero de la emoción! Y vos estabas a mi lado, riéndote. Claro, ahora que lo pienso, habrá sido gracioso verme, sin embargo, para mí fue algo increíble y jamás lo olvidaré.

Me tocaste el hombro y me dijiste: “Si te casás conmigo, el traje te lo pago yo”. Y eso sí que me indignó. ¡Atrevido!, te dije. ¿Te acordás lo que hiciste? ¡Te fuiste con las manos en los bolsillos, muerto de risa! 

Jacinta, que había ido conmigo, me dijo enseguida que vos eras el hijo de los italianos que habían llegado de Sa Pereira y que habían comprado los campos de los Carranza. “Gente de plata son”, me había dicho y ahí entendí que me ofrecieras el traje de novia.

Después todo fue ocurriendo casi como en los cuentos que me contaba la abuela Juana. Yo que no, vos que sí, yo que no, vos que sí, hasta que nos pusimos de novios, como Dios y la gente exigen. El traje que me mandó Evita llegó tarde, casi dos años después. Así que, como me habías dicho, mi vestido de novia lo pagaste vos.

La felicidad que sentí el día de nuestra boda me dura hasta ahora y seguirá toda la vida, porque el amor que siento por vos me sale desde adentro, me alegra el alma. No sé si entendés eso, aunque tan parlanchina como soy, siempre encuentro la oportunidad de decírtelo. Pero vos, vos hablás poco, casi nada. Solamente te quedás mirándome, me sonreís y seguís en lo tuyo, en tus cosas importantes, después de un “Yo también te amo”, disimulado para que no se note que me prestás atención.

No creas que quiero hacerte reproches. Sé muy bien que sos así, serio, poco dado a mostrar tus sentimientos y que hasta te da vergüenza ese “yo también te amo” que a veces me decís. 

Sé cuánto me amás y cuanto hacés para darme mi lugar, especialmente en tu familia, que no pierde la costumbre de tratarme de pobretona ventajera. Me has dado muestras de eso tantas veces. ¿Te acordás cuando me acompañaste a votar a pesar del enojo de tu madre? Doña Bianca cree que eso no es cosa de mujeres, que no tenemos cabeza para pensar en la política, que debemos dedicarnos a los hijos, a la casa, a servir al marido. Aun así, me acompañaste porque me amás de verdad. Y no solo eso, también me ayudás con los bambinos que son unos diablitos terribles y los sosegás cuando arman alboroto si yo estoy concentrada leyendo mis libros, esos que me comprás cuando vas a la ciudad.

Sabés que Jacinta cree que no me querés, porque el marido a ella siempre la besa y la abraza y vos sos así tan secote conmigo.  Pero vos a mí nunca me levantaste la mano, como Carlos, que a ella la mata a palos.

Para mí el amor es respetarse, es aceptar al otro como es. Y yo te respeto y te acepto, así como sos. Me siento orgullosa de tenerte a mi lado y de ser tu compañera de los días buenos y de los días malos. La compañera de tus silencios largos, de tus miradas vergonzosas, de tus angustias escondidas, de tus alegrías genuinas, de tu cabeza llena de números y negocios increíbles.

Sos el compañero que elijo para compartir mi carácter alocado y divertido; mi insistente amor por Evita, que es amor a mi posibilidad de ser como yo quiero; mi pasión por los libros que vos no leés pero que apreciás por mí; mi incertidumbre por el futuro de nuestra prole; mis enojos y mis celos cuando creo que te fijás en otra mujer.

Mañana te vas con tu padre a Italia, a conocer a tu familia del otro lado del mar, como le decís. ¿Entendés ahora por qué te escribo todo esto?

Quiero que leas esta carta cada día que estés lejos de nuestro hogar, para que no olvides que acá, en un pueblito perdido de nuestra patria, te está esperando tu mujer. Y tus hijos te extrañarán hasta que vuelvas. Si pensás que tengo miedo de que te quedes allá, con alguna italiana pechugona, tenés razón. Sabés muy bien que no quería que te fueras y que mis celos no me van a dejar dormir por un tiempo.

Pero sé que vas a volver, porque nuestra historia es poderosa, porque no podés vivir sin mí como yo no puedo estar sin vos y porque fue Evita la que nos juntó hace tantos años, aunque vos no lo quieras reconocer.

Ya empezamos a extrañarte, Evangelina, Francesca, Lucio, Antonieta, Carlo, Juana, Dominguito y yo, tu mujer.

Te amo desde esta orilla hasta el otro lado del mar.

Te estaré esperando. 

 

Tu Lucía.

 

INFOBAE

VIRALES

27 May, 2023

Una joven compartió en Twitter una carta de amor de sus abuelos y se volvió viral.

María Antonieta compartió en Twitter una carta que su abuela Lucía le había escrito a su esposo en 1962.  Después del fallecimiento de su abuelo Francesco encontraron entre sus recuerdos mejor guardados una carta. La misma estaba amarillenta por el paso del tiempo y muy ajada, probablemente por haber sido leída muchas veces. La carta fue escrita por su abuela Lucía a su esposo, en noviembre de 1962, cuando él realizó un viaje a Italia. 

Los abuelos de María Antonieta permanecieron unidos hasta que Lucía falleció, producto de una larga enfermedad, hace cinco años, en Las Orillas, un pequeño pueblo del norte del país, donde vivieron toda su vida.





María Laura Ruggia


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