LA MANCHA



Al principio era una manchita nada más. ¿Que qué es esto ma? ¿Y qué te importa a vos?

Una manchita confusa que aparecía cada tanto en algún lugar del cuerpo, nada por qué preocuparse. Algo casual. Se va de un día para otro y ya.

Después fue una mancha oscura, negra. Una fea marca que una simple remera con una buena manga podía tapar. Qué se yo, una mancha más, como cualquiera.

Una vez la mancha fue más grande, menos sutil. Fueron necesarios varios días de maquillaje bien producido para disimularla. Viste cómo es la gente, metiche y preguntona.

Un moretón oscuro que envolvía el ojo y caía en cascada hacia el pómulo. Y para colmo, día tras día fue mutando de un violáceo intenso a un verde amarillento que se extendió por todo el cachete. Sí, era fea la mancha esa, me la tuve que tapar para que mis compañeros no me estuvieran preguntado qué me había pasado. Re chusmas todos, ya sabés.  

Las manchas del abdomen y la espalda costaron más. Estaban fáciles de disimular con toda la ropa de invierno. Pero el dolor se delataba en la palidez del rostro y en el oscuro presagio de sus ojos. No tengo nada che, no jodan. Estoy descompuesta del hígado, ya se me va a pasar.

La mancha en la cabeza ya no fue tan casual. Un chichón y un corte que no paraba de sangrar. Cinco puntos y unos analgésicos arreglaron ese asunto. Me caí de la bicicleta, che, qué pesados que son. Fue un cortesito nada más. Ya saben cómo es la cabeza, sangra un montón.

Dos días sin ir a trabajar  era para llamar la atención. ¿Nena, que pasa, dónde andás? ¿Por qué no contestás? ¿Andrea, estás enferma? ¿Cuándo vas a venir?  Negrita, te estuve esperando con los mates. ¿Amiga, en que andás vos?

La última mancha empezó como un borbotón rojo renegrido. Y fue creciendo bajo su cuerpo. Fue creciendo, creciendo, más y más. Fue oscureciendo poco a poco su visión. Fue robándole el aliento como un agazapado ladrón. Así, tibiamente, como había empezado, así tibiamente terminó.  Pero… yo…yo... ¡no... no!  AYÚDEMEEEEEE

La mancha se alimenta día a día y crece, hasta hacerte desaparecer.


María Laura Ruggia







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