LA LOCA
Un
día se escapó mi loca interior.
Hacía
tiempo que venía intentando que le prestara atención. Pero yo la ignoraba y
ponía rejas oscuras en cada espacio inseguro de mi ser.
Primero
me dijo que era una princesa, que tenía un trono de oro y un gran séquito para
protegerla. No le creí ni una sola
palabra.
Después
inventó toda clase de historias para que la dejara ir. Y yo solamente la
escuchaba como se escucha una triste canción. Sin embargo, una de ellas me
llamó la atención: era aquella en la que sostenía que la impostora era yo.
Creo
que esa fue la que dejó la puerta abierta aquella tarde de diciembre, cuando
hacía tanto calor y la desidia del verano, que se apuraba en llegar, me
adormeció los sentidos y desistí de mi interminable vigilia para controlarla.
Así
fue que al fin lo logró.
Comenzó
a caminar por las mismas calles por donde caminaba yo. Y nadie notó la diferencia.
Utilizó mi ropa y mis zapatos, tiñó mi pelo de otro
tono, gastó mis ahorros en estrafalarias adquisiciones, se convirtió en la
confidente de mis amigas, estampó en mi cara sonrisas inoportunas, acostumbró
mi cuerpo a las caricias y a los abrazos y llenó mi casa de música y color.
Entonces
todo empezó a rodar como si de pronto cayésemos en un túnel interminable con
forma de insinuante espiral, que me dio vueltas la cabeza y dejó mis sentidos... sin sentido.
Ahora…
no recuerdo si la loca es ella… o soy yo.
O
quizás estemos locas las dos.
María Laura Ruggia
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