UN EMPLEO HONESTO

Muchas veces acompañó  a la Negra en su recorrido para aprender cada una de las técnicas que usaba para hacerse de lo ajeno sin que nadie lo notara. Su hermana era una mina con códigos: nada de armas, nada de violencia. Todo debía hacerse como en una nube, para que la víctima no se diera cuenta. “Ahí está el éxito de toda la operación y así se evitan los ‘problemas legales”. Palabras de una experta: la Negra.

Ese día, Alondra salió sola. Ya tenía catorce años, pero esta era su primera vez. La mujer estaba re distraída, para qué mentir… comprando en la calle encima… Justo lo que necesitaba para su primer trabajito.  ¡Tan confiada estaba, con la cartera colgando hacia atrás! ¡Nada más fácil, diría la Negra!

Se le acercó sigilosamente, parecía un gato siguiendo a un pajarito desprevenido. Había practicado tantas veces con su hermana, que nada podía salirle mal. Metió la mano en el bolso y la mujer ni mu. ¡Una billetera gorda,  gorda de tanta plata! ¡Eso sí que era suerte para ser su primera vez! La Negra iba a estar orgullosa de ella cuando viera el toco que se había afanado.

Se alejó unos pasos, disimulando. Ahora tenía que perderse entre la gente. ¡Ja, que tal! Así nomás la alumna había salido experta de una. Ya estaba para algo más grande, pensó…

Pero… alguien alertó a la víctima.

-¡Ladrona, ladrona! –comenzó a gritar la doña- ¡Atrápenla! ¡Me robó la billetera! ¡Ladrona, ladrona!

El corazón comenzó a trabajar en su pecho a un ritmo tan acelerado que parecía que se le iba a salir por la boca. ¡Qué cagada! –pensó.

Las piernas le empezaron a temblar, pero reaccionó y corrió por un callejón. ¿Qué hago, qué hago? -Pensaba su cabeza a mil. Se metió en una feria, por un pasillo estrecho, atestado de gente que circulaba en ambas direcciones.

“Aquí me pierdo entre el genterío –pensó- como me enseñó la Negra”

Pero el flujo de gente era tal, que apenas si  podía moverse y avanzar, apretujada entre la marejada humana.

-¡Agárrenla por favorrrr! –Gritaba la mujer- ¡Me robó toda la plata!  ¡Allá está la chorra, la del mechón azul!

Y ahí, aún en la marejada de gente tan diversa, la cabeza de mechón azul era la única en sobresalir.

-¡Es esta! –gritó alguien.

Y rápidamente la marea humana comenzó a apretarla. Hubo golpes, tirones de pelo, arañazos, patadas, empujones y los gritos alocados que exigían: “¡Devolvéle la plata hija de puta! ¡Ladrona! ¡Chorra!”

La billetera volvió a su dueña de mano en mano. Las mismas manos que hicieron justicia  como pudieron: a lo bestia nada más.

Alondra volvió a la casa hecha un bicho raro. Mal, pero mal, después de la aporreada. Moreteada, despeinada, con la cara llena de rasguños, la ropa hecha una bosta y en el pecho, el corazón alterado pidiendo que lo internaran en terapia intensiva.

La Negra la miró con odio, con odio reconcentrado. ¡Qué rabia le daba que la chica fuera tan inservible! ¡Ella lo hacía bien desde los diez! 

Alondra bajó la vista y quedó temblando, más asustada aún que por la paliza que le había dado la rara marejada. Es que la Negra era inflexible y no le iba a tener ni un cachito de lástima.

-¡Ves que no servís para nada! –le gritó con la furia de una tormenta. –Vos no vas a salir nunca de pobre. ¡Sos una inútil! ¡Una crota vas a ser toda la vida!

Alondra intentó explicarle todo. Tartamudeando de miedo apenas insinuó algunas excusas. La gente… la calle… la mujer… el mechón azul…

-¡El mechón azul! ¿Qué te dije yo del mechón azul? – gritó la Negra. -¡Dejá nomás! ¡Mejor conseguite un empleo honesto que vos para otra cosa, no servís!

Por María Laura Ruggia








 

 


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